Escudo de la República de Colombia


¡Irrumpir! 
En lo gris de las columnas, en nuestra cotidianidad.
¡Transformar!
Lo blanco de los lienzos.
¡Apreciar! 
Las paredes que se alteran con el arte.
¡Repetir! 
Porque esta irrupción en el espacio es fugaz, pero la revolución que se ha gestado en ella será persistente y sobrevivirá a la permanencia de lo raso, a la consistencia de lo

Nuestra vívida revolución acomete en contra de lo blanco y gris del revoque, se hace paso entre el pavimento y la cal con amor, y con la valentía que tiene la vida misma para estar tan dispuesta de colores, ¿por qué apaciguarla entonces si podemos verla deslumbar?






La revolución de las tizas nació a partir de un encuentro entre amigos apasionados por el arte, que sin mucho amague hicieron moral para comprar unas cuantas cajas de tizas pastel, reuniéndose en el Venteadero –antigua zona social entre los bloques 43 y 46 de la UN, sede Medellín- para dar color a las grises columnas hacían parte de la estructura de una de las casetas. Así, un viernes cualquiera, esas columnas antes tristes y apagadas, comenzaron a avivarse, a hacer del lugar un espacio más ameno, menos hostil para las personas que lo habitaban.

Emergieron de cada trazo ficciones que coexistieron con lo ordinario. Los colores se apropiaron de la rutina, de la forma en que estos jóvenes se relacionaban con el espacio y en el espacio, haciendo que cada día la oportunidad para transformar y llenar de colores las columnas los cobijaran, los inspiraran y les permitieran fortalecer su vínculo, permitiéndoles además aprender unos de otros. El arte dotó de sentido social ese lugar y sirvió para concientizar sin desagradar a quienes eran ajenos al espacio, dando la posibilidad de que cualquier persona pudiera con solo una tiza dejar su marca, su historia y su sentir.

Intervención en el antiguo venteadero
Registro fotográfico

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