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reportaje 1

 

Por: Killy Gutiérrez Guzmán.

Publicado en Noticias Sede Medellin, 11 de septiembre del 2020.

 

Fotografías de los sotanos del antiguo Palacio Nacional en 1983. Cortesía de Roberto Luis Jaramillo

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Roberto Luis Jaramillo Velásquez, historiador, abogado, profesor jubilado de la UNAL Medellín y exdirector del Centro de Investigaciones Sociales de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Sede fue el precursor, aunque se reconoce promotor. Él hurgó en sus recuerdos y contó cómo surgió el espacio.

Oficialmente el Laboratorio de Fuentes Históricas comenzó a hacer parte del Sistema Nacional de Laboratorios en 2008, pero su origen se dio en 1984 cuando recibió expedientes de juzgados de la ciudad que contienen materiales gráficos, mapas, dibujos y fotografías, entre otros. En ese momento fue denominado Archivo Histórico Judicial de Medellín.

La tarea no fue sencilla. Previo a su fundación, investigar historia era sumamente difícil por la escasez de fuentes y así lo cuenta Roberto Luis Jaramillo Velásquez: “nos ponían problemas en los archivos. Al de la parroquia en Rionegro, a los de la Ciudad de Antioquia, adonde quiera que nos pudiéramos mover, entrábamos con muchas dificultades. Empezaron a volverse importantes y los muchachos, a hacerse preguntas y a investigar”.

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Una de esas inquietas estudiantes, cuenta, era Helena Restrepo, quien quiso hacer un trabajo sobre una huelga petrolera en Barrancabermeja y que la dirigiera Álvaro Tirado Mejía, fundador de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas. Al parecer le comentaron que el expediente estaba en Medellín.

“Como nos ponían problema en el archivo histórico y en el del Cabildo porque había rivalidad entre la Universidad de Antioquia y la Nacional, me metí en los sótanos del viejo Palacio Nacional en Carabobo, que no tenía energía eléctrica, entonces hubo que salir a Guayaquil a comprar una linterna”, recuerda.

Continúa con que “un señor muy amable me acompañó y, pues, no aparecieron fantasmas, pero sí cajones con frascos que contenían veneno, libros que algún muchacho se había robado en cualquier parte y era el cuerpo del delito, ropa, zapatos de mujer y expedientes en un total desorden”.

“Esto fue en el segundo semestre de 1983. Yo me senté allí seis meses, todos los días, aún los sábados, hacía un calor infernal y era un riesgo, cuando menos pensaba o pisaba una caja de cartón llena de frascos o se te venía una montaña de varios metros de expedientes”, agrega.

Afortunadamente, cuenta, tenía como jefe a Luis Javier Villegas, también hoy jubilado, y le expuso: “hombre, hay unos archivos antiguos que podríamos traer para la Universidad”.< /span>

En ese momento era director del Centro de Investigaciones Sociales. Elaboró preguntas para los profesores de Economía e Historia sobre qué tema querían investigar y qué necesitaban para hacerlo. No las respondieron todos; fueron, como él dice, maleducados.

“Le propuse que nos lleváramos ese archivo para la Universidad, porque nadie en este momento es capaz de leer esas letras y esas son cosas de la Colonia. ¿Dónde íbamos a acomodarlo? No tenía ni idea”, rememora.



También recuerda al vicerrector de la época, “un agrónomo amable, pero qué iba a saber de Historia. Yo hablé con él y dijo: ‘¿qué es eso tan raro?’, es que no entiendo. Le explicamos que en todos los juicios debe haber un expediente y eso no se puede botar, y para evitar los roces con la Universidad de Antioquia y las molestias con los estudiantes, necesitamos un archivo acá, y nos respondió: ¡ah no, haga la carta y yo la firmo!”.

Para traer los archivos a la UNAL Medellín hubo, de alguna manera, varios cómplices. El primero fue un magistrado que dirigió a Jaramillo Velásquez la tesis para graduarse de abogado. Él le hizo el puente con el presidente del Tribunal Superior de Antioquia, a quien le llevó la carta después de seis meses. El señor le comentó que iba a someter el caso en la tarde.

“Cuando llegué me dijo: ‘espere un momentico’, y redactó la carta autorizando el retiro del Palacio Nacional. Estaban muy agradecidos porque les estábamos haciendo un favor, ellos ni siquiera sabían que eso existía, no los podían botar ni quemar, y apareció la Universidad dispuesta a custodiarlos, entonces se hizo un comodato”, comenta.

Para el traslado a la UNAL Medellín se utilizó un tractor con góndolas, porque no había dinero para contratar un camión. Durante una semana se sacaron “cosas del Palacio Nacional”.

Cuenta, además, que “aprovechando un cierre de la Universidad, depositamos los archivos en el primer piso del bloque 46. Los salones no tenían llave. A mí me nombraron jefe de Laboratorios y Talleres, el rubro eran como 60.000 pesos. Con eso compré cortinas, una cámara fotográfica y un proyector de filminas”.

Eran dificultades por todas partes, dice. Tiene, aún, una carta del entonces decano de la Facultad y de otro funcionario, en la que le piden explicaciones de porqué “había llevado basura al primer bloque del 46. Para ellos eso era reciclaje, era gente de Economía que no se la llevaba bien con la de Historia y Humanidades. Yo lo único que quería era un archivo para que los estudiantes hicieran sus ejercicios”.


Luego Javier Villegas asignó un espacio para el archivo y después, Jaramillo Velásquez consiguió libros y estanterías con los que conformó una biblioteca de la que él tiene una “anécdota muy especial: durante el tiempo que estuve no se perdió un solo libro, ni un folleto”.

“Se tumbó una pared y ya tuve un espacio gigante en el que la mitad era un salón donde estaba el archivo y el lugar donde se ubicó la Biblioteca. El resto eran mesas de todos los colores con sillas de todos los tamaños, de plástico, madera, hierro, como fueran, para dictar las clases”, añade.

Fue hasta entonces que los estudiantes comenzaron a hacer investigación histórica, y también algunos profesores. Destaca: “pasamos de lo exótico a lo útil, de lo raro a lo académico”. Con esto también se empezó a aplicar el concepto de lo patrimonial.

EComo el pregrado de Historia no tenía biblioteca, usaban la de la Facultad de Arquitectura, porque jamás iban a la de la Facultad de Minas, aunque alguna vez sí llevó libros antiguos de allá para el espacio que esperaban consolidar. Fue, para él, “una pelea convencer a los señores de la Oficina de Inventarios, de que esos papeles viejos eran patrimonio y que valían tanto como cualquier implemento de laboratorio”.

Él pronto dejo el cargo, pero este espacio académico se consolidó poco a poco y hoy es uno de los laboratorios de Humanidades más importantes de Colombia.

La iniciativa de Jaramillo Velásquez facilitó lo que al inicio era difícil: investigar en Historia, y orgulloso dice que le tocó vivir un cambio afortunado.