Escudo de la República de Colombia

Menu LAP Anterior
LOCOSPARCLFH HOME

LOCOSPARCLFH EXP siguiente

 

reportaje 1

 

Por: Killy Gutiérrez Guzmán.

Publicado en Noticias Sede Medellin, 25 de agosto del 2020.

 

La historia y el periodismo son un viejo y un joven que conversan. Es lo que cree Jorge Mario Betancur, magíster en Historia de la UNAL Medellín, periodista y autor de Moscas de todos los coloresy de Déjame gritar, libros que tuvieron parte de su génesis en el Laboratorio de Fuentes Históricas de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Sede.


Piezas para imagen previa web HV
Periódicos, 
tesis, libros y fotografías son algunos insumos documentales que empleó para hacer, en Moscas de todos los colores, un retrato histórico del barrio Guayaquil, que según él “se ha idealizado” y que dejó una huella especial en Medellín, sobre todo en la primera mitad del siglo XX. 


Aunque cuenta que para ese caso rescató poco, recuerda que, cuando revisó los archivos, tuvo que hacerlo en un salón, “en un polvero tremendo” y en un sitio diferente al de la ubicación actual del Laboratorio de Fuentes Históricas. 

Después de publicar Moscas de todos los colores a Betancur, dice, le quedó la sensación de necesitar continuar con la escritura y volvió a los archivos del Laboratorio de Fuentes Históricas. Esta vez los usó para los relatos que tuvieron la forma de crónicas sobre historias de amor que terminaron de manera trágica, como él las denomina.

“Son acerca de crímenes y de relaciones de pareja, pero ocurren en un lugar y en un tiempo determinado”, cuenta. Un caso que, agrega, “fue muy famoso en el año 68 fue el de Ana María Agudelo, quien fue encontrada en el Edificio Fabricato en el Centro en la calle Boyacá”. 

Ana María era ascensorista en ese sitio. Fue desaparecida, asesinada y desmembrada el 13 de octubre de ese año. Los trozos de su cuerpo, mezclados con cemento, fueron encontrados en tubos en el sótano y en techos contiguos. El acusado como culpable fue el aseador y vigilante del Edificio, Antonio Saldarriaga Posada.

Betancur lo cuenta así en el capítulo El olor de ella, en Déjame Gritar: 

“María Agudelo tenía 23 años, dado el aspecto de su nariz, su apodo era ‘Ñatica’, era la mayor de sus hermanos, vivía en Manrique —cerca de Campo Valdés— en compañía de su madre, María Nazareth, y sus dos hermanos menores, Norela y Jaime y era quien costeaba los gastos económicos de su familia. Además, tenía una pareja, Omar, con quien se iba a casar y desde los 19 años, a partir de agosto de 1965, laboraba como ascensorista en el lugar donde uno de sus compañeros de trabajo la mató”. 




Cada una de las historias, en su tiempo “propició intensos debates en cafés y periódicos, alentó la escritura de libelos y folletines callejeros, avivó el fuego de las murmuraciones y alimentó infinidad de relatos populares que, por años, y de boca en boca, perduraron en la memoria de habitantes de esta capital cercada por montañas”, se lee en la presentación del libro. 

“Si bien parecen cuentos inverosímiles”, continúa el texto, “estas crónicas delatan manifestaciones, abiertas y encubiertas, del poder masculino sobre la mujer”. 

En la década del 80 Betancur cursó el pregrado en Historia en la UNAL Medellín, aunque no se graduó. En esa época había una tendencia a salirse del estudio de modelos tradicionales como la historia económica o política, rememora él, a quien los temas fuera de esos focos le siguieron interesando.

En la Sede también hizo la Maestría en Historia y después, para relatar la historia de Ana María, no se valió de una crónica simple, sino de lo que él denomina crónica histórica: debía contar los hechos “apegado a lo que ocurría en ese espacio-tiempo y en esa ciudad. Eso da contexto, un carácter histórico”, expresa. 

Así como se ha esmerado en hurgar en los archivos, también lo ha hecho al pensar cómo contar. Para él, el lenguaje es universal y todos tenemos la libertad de usarlo. Es así como conjuga la historia y el periodismo.

Ambas profesiones son, para él, una suerte de complemento. Afirma que la historia es “como un viejo de la tribu que le puede enseñar a un muchacho joven a decirle que tenga sosiego, que piense un poco más y reflexione, que tenga más crítica frente a lo que le dicen y, el periodismo, a la inversa: un joven que le dice que se arriesgue un poco más”.

La curiosidad es ingrediente tanto de la investigación histórica como de la periodística, pero es también un punto de partida, y eso le queda claro al recordar que, cuando trabajaba en Moscas de todos los colores hubo un momento en el que encontró información sobre un asunto distinto. Puso su atención en él por el “solo placer de leer”.

Sucedió cuando revisaba archivos del Laboratorio de Fuentes Históricas, donde, rescata, “hay una memoria de lo que ha ocurrido en la ciudad en los últimos 150 años. Es muy interesante, muy atractivo y útil para el trabajo científico”.

Le es claro que: “cualquier persona, aunque indudablemente más por la rama de las ciencias sociales y humanas, puede tener acercamiento con este tipo de archivos. Hay información para cualquiera que esté investigando, porque la sola curiosidad hace que uno se siente a leer un sumario cualquiera y pueda quedarse toda una tarde ahí”. A él le ha pasado muchas veces.