En el primer plano de una ciudad que cambia arquitectónicamente, detenida por el tiempo en registros audiovisuales, las historias de Muchachos a lo bien narran en tiempo presente, con la voz y el tono de los protagonistas, la ciudad vivida e imaginada.
La mirada desnuda
Fragmento de “Home girl”
Las jóvenes cuestionan los imaginarios de la ciudad,
proponen otras formas de mirar, de comprender y transformar la realidad.
En primera persona, en los espacios cotidianos donde construyen sus identidades, los muchachos ejercen el derecho a habitar la ciudad y desafían los prejuicios y prohibiciones de los adultos. Cada quien a su ritmo, viven la ciudad en movimiento.
El arte de observar
Desde arriba y desde abajo, las cámaras descubren Medellín, se acercan, se alejan, la miran desde diferentes ángulos, exploran las rendijas, los relieves, los estratos. La observan en panorámica y en detalle, ven la ciudad inmóvil y en movimiento.
Fragmento de “Manos a la obra”
La ciudad se ve desde donde los muchachos la miran,
los observamos mirarla, retratarla.
El ladrillo es mi lienzo
A los ojos de los personajes, la ciudad se manifiesta en sus lugares de interacción y subsistencia: el barrio, el colegio, la universidad, la casa, la calle, los muros y los parques.
Fragmento de “James, el rey del graffiti”
La ciudad que se destruye y se
transforma
deja su huella como una ruina digital del patrimonio desaparecido.
Ser urbano
Los muchachos interpretan la ciudad, cuentan
cómo
la sienten, su forma de mirarla, de crear y ser en ella.
No se trata de la sumatoria de lugares comunes, sino un todo en el que convergen las ciudades que los personajes construyen para sí, las que los realizadores elaboran para el público y la que prevalece con sus propias dinámicas políticas, sociales y económicas. Son espacios vitales donde las contradicciones y potencialidades propias de la ciudad confluyen y se asientan.
En la juega
Fragmento de “Una muchacha que se le voló al alcohol”
La cámara sigue el ritmo
de
la vida, busca el detalle, transita la cotidianidad, el ir y venir todos los días por los mismos
lugares
a las mismas horas.
Las formas de habitar son tan diversas como las preocupaciones que los mueven. La ciudad es un gran escenario repleto de actores que no siempre interpretan la misma obra, porque sus papeles están sujetos a las necesidades del mundo real: se sueña, se rumbea, se juega, se pinta, se estudia, pero hay que procurarse la subsistencia.
Un techo, un plato de comida, unos pesos para pagar el alquiler o montarse a un bus. El artista sueña con vivir del arte, el publicista con un mejor empleo y el de otra tierra con no volverse con el rabo entre las patas. Unos tienen su profesión, otros su oficio y unos tantos más la fiera necesidad de salir adelante como sea. La vergüenza, se la dejan a los espectadores.
Inmersión
Muchachos a lo bien es ante todo una serie irregular. Con acierto, en distintos episodios de su primera temporada, los personajes destilan complejidades y contradicciones propias de seres que se sumergen entre las sendas de una ciudad convulsa. No vemos jóvenes acorralados entre cuatro paredes mirando la ciudad por la ventana, sino relacionándose con su entorno de formas diversas, con sistemas de creencias propios, tratando de quitarse las etiquetas con que la sociedad suele marcarlos y, a su vez, tratando de interpretar la realidad desde sus motivaciones.
Fragmento de “Román dentro y fuera de su piano”
La cámara se sumerge en la
ciudad
como los personajes, se mete al tumulto y al bullicio, esquiva, se tropieza, se ahoga.
Hay allí un aire reivindicativo de la libertad de ser que logra transmitir, no sin cierta ambigüedad, el devenir de individualidades construidas en medio de una sociedad masificada y que se resisten a sucumbir ante la marginación que la idiosincrasia antioqueña, los ejercicios de poder y la planificación urbana les provoca.
Nectílopes
Además, hay una ciudad nocturna. Los personajes evocan la necesidad de darse un paseo a la luz de la luna, disfrutar de un bar de salsa o rock and roll, salir de juerga a cualquier sitio o sentarse en la placidez de la noche a tocar una canción. Los realizadores suelen cuidar detalles estéticos y reconocer espacios y elementos referenciales con los cuales suelen identificarse los noctámbulos: la Avenida Oriental, El Tibiri, El Suave, El Guanábano, El Parque del Periodista, la esquina, la cerveza, el cigarrillo, la emisora radial, las luces de colores, el humo, el baile, la soledad, la luna, la música.
Pero, hay una particularidad técnica vital: la noche se debe iluminar. Y para lograrlo, es necesario todo un dispositivo de luces y reflectores que permitan al lente acceder a los detalles. Sin luz, la noche sería muy distinta. Las sombras proveen otros tipos de narración. La ciudad suena diferente y los habitantes no son los mismos, están dotados de otra animosidad. Aquella que sirve a la cámara para encontrar el color.
Fragmento de “Sabor a mí”
Al final del día emerge otra ciudad: la que se
resiste
al encierro sugerido. Aquella donde se encienden los espíritus de los que siguen viendo aún en la
oscuridad.
Captar la realidad
Fragmento de “Madera salvaje”
La cámara selecciona, registra y oculta. No es un
cíclope que devora. Es tímida, pero guarda un fuego creador.
No es igual vivir en Laureles que en Aranjuez. Habitarla como artista, pensarla como sociólogo o patrullarla como policía dota a la ciudad de cualidades y características no siempre coincidentes aunque sus habitantes compartan un mismo territorio.
Como la ciudad son muchas, tantas como la subjetividad permite, el realizador interpreta los personajes a la luz de sus historias y el entorno en el que se desenvuelven. Ya no es solo la que ellos puedan imaginar. Se necesita rodar la ciudad con los sentidos dispuestos a la amplitud.
Rodar en primera persona: Volar sin alas
No es solo qué registra, sino cómo. La cámara mira desde un taxi, un helicóptero o un carro de rodillos. Sale a montar en patines, camina con la muchacha que transita el centro, se va con el bus que baja por la cuadra, se queda con los rostros que observan en la esquina, se pasea en bicicleta. Se mete a la casa, al bar, a la discoteca. Se tira al suelo, se mete al agua, se desliza de noche y de madrugada. Mira desde el morro o desde un edificio. Detalla, desenfoca, baila.
La ciudad está ahí, pero la cámara no se contenta solo con verla. Es aventurera. Transmite el vértigo, la textura, la sonoridad, la esencia.
Únete al desorden
En una misma secuencia pueden confluir distintos tipos de ciudades: la de los niños, la de los adultos, la de los artistas, la de las lomas, la de las planicies, la que vista desde el aire parece apacible, la que se sumerge en el ajetreo del centro, la colectiva, la subjetiva, la que construye el relato, la que construye el convite, la que recibe, la que rechaza, la que integra, la que margina y, cómo no, la que ya existe.
Fragmento de “Historias del rock 1”
El registro desestigmatiza, agrega valor,
otorga un lugar propio a la libertad de expresión de los personajes.
La ciudad del agite: Dosis de realidad
Las escenas se planifican. El conjunto de elementos que componen el plano son deliberados y acomodados a la intención narrativa. Ambos, no hacen más que contribuir a una idea parcializada y redirigida de la ciudad. Rodar también implica un ocultamiento para afianzar ideas fijas o ideales de futuro. Así, el espectador incauto cree que está viendo lo real cuando no es más que una ciudad que solo existe en el deseo.
Una ciudad que mira de soslayo la muerte, la esconde en los descartes. Una ciudad oculta, desenfocada, distorsionada, que no se puede mostrar en televisión.
El ocultamiento obedece a una práctica de censura en la que el poseedor del conocimiento nos niega la posibilidad de acceder a todo aquello que él sabe. La cámara necesita de quién la opere. La producción los necesita a ambos. Y la ciudad… ¿Qué necesita la ciudad?