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Por: Olga Lucía Muñóz López 

Publicado en UN Periódico Digital, 5 de noviembre del 2020


A principios del siglo XX, en las nacientes fábricas y talleres manufactureros de Medellín era común encontrar familias enteras en las que todos trabajaban: papá, mamá y hasta niños de 4 o 5 años. Al igual que en muchas ciudades industriales del mundo de la época, en la capital de Antioquia era más rentable contratar niños porque les pagaban la mitad o menos que a un adulto, y la práctica de emplearlos en labores de adultos era normal.

La visión social arraigada a fines del siglo XIX e inicios del XX, en la cual el espacio para la socialización del niño era más el sitio de trabajo que la escuela, es uno de los hallazgos más importantes de la tesis “Vagamundos: historia social de la infancia en Antioquia 1892-1936”, del investigador Hermes Osorio Cossio, doctor en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín.

En la “Bella Villa” que despuntaba en ciudad, el trabajo infantil fue fundamental para la acumulación de capital que haría de Antioquia una de las regiones más importantes a nivel industrial en Colombia.

“Esa acumulación en el joven capitalismo de las primeras décadas del siglo XX estuvo muy asociada con la mano de obra infantil, que era muy rentable. Eso pasó en diferentes ciudades del mundo; por ejemplo en Inglaterra fue estudiada por Marx: cómo la posibilidad de la acumulación del capital en las nacientes industrias se dio especialmente por la mano de obra femenina e infantil”, explica el investigador.

Respecto de cuántos niños alimentaron las fábricas, el doctor en Historia destaca “que los anuarios estadísticos tienen datos significativos, pero no fidedignos, pues una ley prohibía contratar a menores de 10 años, y cuando los comisarios revisaban las fábricas muchos se escondían porque ‘contrataban’ niños de 4 y 5 años. También están las evidencias fotográficas, los registros y entrevistas de gente de entonces, y la dinámica de la ciudad”.

Imagen de la crónica
Psicólogo, magíster en Lingüística y docente universitario, Hermes Osorio conoció historias de niños que, como se muestra en las noticias, son víctimas de formas de vulneración constante que contrastan con los intentos legislativos de protección.

“Me pregunté cuál es el lugar de los niños en la sociedad y cuál deberían ocupar. Algunos sociólogos y psicólogos plantean que el problema es no saber qué lugar darles a los niños, por lo que me propuse rastrear esa hipótesis y quise mirar el lugar de los niños en el pasado”, indicó.

“En la historiografía a finales del siglo XVII y XVIII no existía un mundo aparte para los niños, separado del mundo adulto, sino que desde que daban sus primeros pasos se integraban espontáneamente en prácticas sociales del trabajo de los adultos”, agregó el investigador.

Para su investigación, el profesor Osorio utilizó fuentes como los informes del secretario de Gobierno al gobernador de Antioquia sobre la Casa de Menores, para reconstruir entre líneas qué hacían con los niños; además revisó fotografías de la época y entrevistas de investigación en los 90 sobre el barrio Guayaquil, al cual llegaron muchos niños a principios de siglo, para reconstruir vivencias. A esto sumó registros de prensa, revistas de la Policía y de instrucción, cartas al alcalde con quejas de vecinos o sobre niños en las calles.

Los niños trabajadores

Niños y adultos coexistían en sus lugares de socialización, que eran los sitios de trabajo: esta era una actividad valorada y privilegiada para ellos, pues era bien visto que trabajaran. Un niño que no lo hacía era tachado de vago e irresponsable.

“Del análisis de prácticas cotidianas, emergió como rasgo característico de la conducta infantil la preferencia de deambular sin rumbo fijo, la predilección por habitar espacios donde estar alejados de los adultos. Detener la movilidad, atacar la vagancia y encerrar a los niños fue la consigna para enfrentar el problema social de la infancia”, indica el investigador.

Una de las estrategias más representativas en esta dirección fue la creación en 1914 de la Casa de Menores y Escuela de Trabajo de Antioquia, reflejo de lo que socialmente se esperaba de los niños. “Antes que para la protección de la infancia, la institución fue una estrategia para que los niños dejaran de serlo y se convirtieran en cuerpos dóciles para la producción”, afirma el doctor Osorio.

Junto con la Escuela Tutelar para Niñas, eran casas correccionales que utilizaron el trabajo como terapia, la estrategia de intervención era la laborterapia: “se creía que si el problema era que no trabajaran, la solución era ponerlos a trabajar. Era una especie de reformatorio con un estricto control del tiempo, desde que se levantaban hasta que se acostaban, similar al Ejército y a la Iglesia, con gimnasia, cantos u oraciones”.

“Frente a las estrategias de encierro y domesticación del cuerpo, los niños no siempre respondieron de forma sumisa, también actuaron de manera independiente, creativa y audaz para burlar o suspender las estrategias de control implementadas por los adultos. Las experiencias de los niños las encontramos en las tácticas para salir de los lugares donde se prescribía o prohibía lo que debería ser y hacer un niño”, explica el investigador.

Los niños de clases altas y bajas tenían en común que lo único que querían hacer era andar sin rumbo fijo, alejados de la mirada de los adultos, en el juego, recreando su mundo, el de la infancia, aparte del mundo adulto.



Esa vivencia de la infancia y su predilección por la vagancia y la improductividad fue considerada una amenaza para la sociedad, pero muchos niños idearon formas de escapar del mundo impuesto por los adultos y hacer prevalecer el propio. Esa experiencia de “infancia liberada” exploró la vivencia fuera de las propuestas por adultos

“Lo que encontré como la gran explicación a por qué no hay un lugar claro en el presente para los niños, es porque siempre hemos querido asignarles un lugar a partir de las expectativas de los adultos y no desde las experiencias de los niños”, explica el doctor en Historia.

Por último, el investigador advierte que la invitación es tratar de invertir esos valores y mostrar cómo sería un mundo en el que entendiéramos a los niños desde sus experiencias y no desde lo que los adultos esperamos: “de algún modo sería una forma de intentar otro horizonte, otra forma de abordar o resolver problemas del presente si le diéramos otro valor a la experiencia los niños. Incluir la experiencia de ellos en la vida social enriquecería la experiencia de los adultos y abriría el horizonte a otras formas posibles de relacionarnos”.