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Cronica 1

Por: Danilo Quintana Herrera.

Publicado en Noticias Sede Medellin, 21 de agosto del 2020.

 

 “Pues bien yo nesecito (sic) decirte que te adoro, decirte te quiero con todo el corazon (sic); que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro, que lla (sic) no puedo tanto y al grito en que te imploro, te imploro y te hablo en nombre de mi ultima (sic) ilucion (sic)”

Escrito por Heliodoro Viana, antes de suicidarse el 6 de abril de 1894


Expediente 12129: Diligencias relativas a la muerte del policial No. 65 Heliodoro Viana

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Con cada paso que daba, entre las calles Maturín y Guayaquil, las botas del policial #65, Heliodoro Viana, se llenaban más y más de tierra y polvo, parecía que en sus pasos no solo llevaba mugre, sino tristezas. Cargaba el peso del uniforme, la pobreza familiar y la melancolía de un amor, que como la mayoría, nace pero no crece, ni mucho menos se reproduce, solo muere.

Oriundo de Sopetrán llegó a Medellín en la última década del siglo XIX, cuando la ciudad no tenía más de 30 mil habitantes y apenas le abría paso a industrias, bancos e intelectuales que empezaban aver en este valle, un potencial desperdiciado. Entre chicherías y cantinas, se promulgaban los amores, se tejían las pasiones, y con una prensa seducida por la literatura, no había temor de aventurarse a escribir, parecía que el mundo estaba dispuesto a narrar sus sentimientos, y él no se quedaría atrás. 

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Su trabajo consistía en cuidar el llamado barrio Guanteros, rondar sus calles empedradas, oscuras, y velar por la seguridad de una ciudad que nunca ha querido que la cuiden, pues el ocio, la muerte y las lujurias no necesitan supervisión. Esa noche al policial#149, Martiniano Orozco, le correspondía tomar el lugar de Heliodoro, y al llegar fue inevitable no percibir la tristeza del agente. 

-!Quiay!
-Quiay
-¿alguna novedad agente?
-Ninguna
-¿qué le pasa Viana, por qué tan cabizbajo? 
-Nada, solo estoy cansado 
-Pues son las 10, ya se puede ir


El agente Orozco vio a lo lejos los que serían los últimos pasos de Heliodoro, que se fue calle abajo para nunca volver, convencido quizá de que era su momento de hacer patria, de abandonar esta tierra que a él solo le había dado malos recuerdos. A las 10:15 p.m. el sonido de un bambuco proveniente de una cantina se mezcló con un disparo. 

El primero que llegó al lugar del suceso fue el policial #68, Jesús María Naranjo, que había distinguido la figura de Heliodoro a lo lejos. Al escucharse el impacto Naranjo pensó que le había disparado a un animal, pero cuando acudió al lugar encontró a su compañero tendido en el suelo, siendo la fuente de un hilo de sangre que se esparcía por el empedrado de la calle.

Cuando el alcalde de la municipalidad, Jesús Antonio Henao, llegó a realizar el levantamiento del cadáver, el cuerpo de Heliodoro yacía frente a la Quinta de Don Juan Uribe, aún conel dedo pulgar de la mano derecha introducido en el guardamonte encima del disparador, presionándolo con tanta fuerza que fue difícil quitarle el revólver.




“La posición del cadáver era la siguiente: se le encontró en de cúbitus dorsal con la cabeza en flexión sobre el lado derecho; la mano izquierda apoyada sobre la región abdominal, y las piernas extendidas y el pie izquierdo un poco sobre el derecho. En general, la posición era natural y todos los signos exteriores anunciaban un suicidio reciente”, dejó claramente anotado el alcalde de ese entonces en el expediente 12119, que hoy se encuentra en el Archivo Histórico Judicial de Medellín (AHJM). El arma de dotación, que disponía de cinco balas, tenía en el cargador solo cuatro. A Heliodoro le bastó solo con un tiro que le atravesó la boca y le salió por la parte de atrás de la cabeza. Nadie refutó el suicidio ni se buscaron sospechosos, y aunque ninguno de los policías que estuvieron presentes esa noche eran allegados a Heliodoro, había una certeza colectiva de que a él la vida le pesaba más que el fusil.

Una vida a través de cartas, poemas y canciones


Tres días después del suicidio, se ordenó adjuntar al expediente del caso los papales y documentos que Heliodoro tenía en sus bolsillos y en su cama del cuartel de policía. En una pequeña libreta de no más de 8 cm encontraron una serie de cartas, poemas y canciones escritas por él y que permiten imaginar que su desamor probablemente profundizó sus angustias y finalmente detonó en su decisión de suicidarse. 

“Ya se han muerto todas las esperanzas mías, las noches son negras y sombrías, que ya no se ni donde se alza el porvenir. De noche cuando pongo mis sienes en la almohada a otro mundo quiero mi espíritu llevar…Comprendo que tus besos jamás han de ser míos, comprendo que vuestros ojos no han de verme jamás”, decía uno de los párrafos encontrados en los bolsillos de Heliodoro.


Entre sus poemas y canciones aparece una mujer, la reina de sus desvelos, un amor imposible en medio de un país que empezaba a desangrarse, un sentimiento que no se concreta por la distancia o por la patria, pero que le arrancó a Heliodoro las ganas de vivir. 

Tu eres la reina de mis amores, yo soy esclavo y adorador,
tu eres aurora, hojas y flores, yo el jardinero cuidador.
Tu las cadencias de la laguna, yo la espiral de queja del lago,

tu refulgente rayo de luna, y yo negro velo y errante vago.
Tu eres aurora de mil colores, yo soy el mundo contemplador,

tu eres cascada con tus rumores, yo soy peñascos alrededor.  
(Canción “Tu eres la Reina” de Heliodoro Viana, septiembre 1892) 

En las posesiones de Heliodoro Viana se encontraron también misivas escritas por sus padres que constantemente se quejaban de problemas de salud y la situación de pobreza en el campo. En estas cartas, se veía un recurrente reclamo por dinero que pudo ser otra de las razones para que decidiera acabar con su vida.

“Yo estoy sufriendo mucho hijo en esta pobreza, Juanchito está muy enfermo, yo también lo estoy, y me aflige mucho no tener cómo hacer un remedio, me tiene tan aburrida que no se que camino coger, ya no alcanza para nada, estamos empeñando hasta los calzones. Tu papá tiene un tun tun que ni él mismo se aguanta, está muy bravo con usted porque no mandas plata, ¿sabes Heliodoro? la vida que estoy pasando es muy triste y arrastrada, yo tenía esperanzas de que vos hubieras venido ahora en diciembre, pero vos no te afanas por nadie”, escribió Inés Villa, madre de Heliodoro el 9 de enero de 1894. 

A Heliodoro Viana la tristeza le pudo más que la patria, y decidió morir por el dolor y no por la bandera, como la mayoría de sus compañeros. La historia de este sensible uniformado, quedará plasmada siempre en expedientes judiciales, pero también en los cientos de poemas y canciones que nunca pudo recitarle a su amada.