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Estéticas de la inteligencia artificial


Por: Santiago Rojas Mesa
Magister en Estética y doctorando en Estética
UNAL Medellín

 

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Jorge Luís Borges, El ajedrez


Muchos nombres tienen actualmente: inteligencias artificiales (IA), redes neuronales de aprendizaje profundo, esquemas de datos dinámicos, computación cognitiva, inteligencia de la máquina, aprendizaje profundo o mecánico, inteligencia aumentada. Pero ¿en cómo las denominamos está el poder de contenerlas y dominarlas así como Adán supuestamente dominó sobre el mundo al nombrar la creación? Creo que los nombres de estas inteligencias no pueden ser tomadas como descripciones técnicas de sus modos y procesos; no se limitan a explicitar su funcionamiento, sino que muestran es el límite de nuestra comprensión: el usuario se educa con la herramienta que crea. En cómo nos referimos a ellas emergen no solo las herencias del pasado humano a través de la tecnología que empezó con hueso piedra y madera, sino también las proyecciones al futuro. La tecnología, por más digital y autónoma, contiene sus mitologías.

Ahora, hay dos cosas que me parece importante pensar: el modo en que Las IA revelan el presente técnico, el modo en que estas cambian los esquemas de nuestra percepción actual, es decir, los esquemas estéticos con los que vivimos el día a día.

Sigamos esta línea que Borges ha abierto para preguntar cuál mano mueve a las IA actuales, pregunta que retoma la pregunta artística por quién hace la obra y la filosófica de quién es la creatura y quién el creador: entonces ¿Quién escribe la obra y hace la imagen, los programadores o las inteligencias que generan? Pregunta necia por muchas razones, porque ignora el entramado sistemático, como si ellas surgieran de cero. Es por eso que a la par hay que alzar otra pregunta, una que nos cuestione esa vieja idea de creador y de criatura, de artista y de obra que se nos viene tan automatizadamente a la cabeza cuando pensamos los procesos técnicos, esa que es la que cuestiona cómo es que estas inteligencias empiezan a alterar el mundo de nuestras sensibilidades. Más que el origen causal, nos interesa las consecuencias concretas e históricas, nos fascina la cuestión de cómo mueven por su parte la mano del jugador y construyen no solo una nueva cartografía de las relaciones entre seres humanos, máquinas y entornos, sino que funda un modelo cartográfico distinto, un desconocido territorio o terra incognita que sería la de la otredad digital.

Todo tiene su mitología, sus ideas del pasado que narran y dan sentido a lo nuevo: Es por esto que en estas preguntas que alzamos no basta con pensar que la AI no es humana (¿cómo puede algo creado por el humano no ser humano en todo lo que es?), o que es un intruso llegando a poner en peligro los viejos territorios. El relato que hacemos es el de un presente donde estas inteligencias explicitan el principio de una apertura a un momento específico de la evolución técnica y cultural del ser humano. Tiempo no medido por el sol o la luna, superación del macrocosmos como esquema de la totalidad humana, las inteligencias artificiales nos llevan a mirar al interior de los procesos de lenguaje, de las significaciones humanas, nos obligan a atender y contemplar los procesos de nuestras cogniciones posibles: por primera vez no estamos limitados a exteriorizar el pensamiento por medio de sustentos materiales. No estamos tampoco contenidos dentro de una frontera marcada por cómo hacemos inscripciones de nuestra memoria en objetos: huesos, piedra y madera dieron la posibilidad al humano, Homo, para desarrollarse como Sapiens. Pero pronto este crearía otros sustentos de memoria: barro, aglomerados, pinturas, tejidos, metales, tarjetas, chips, entornos digitales. Por esto es que sería ridículo llamar todo este nuevo horizonte una fantasmagoría, una perversión de la naturaleza humana, oponiendo lo biológico a lo técnico-cultural. Lo técnico es sustento de lo real, de tal forma que nuestra evolución a sapiens está posibilitada entre estos dos polos que han sido opuestos.

Hace años, Alan Turing preguntó si “¿pueden las máquinas pensar?”, y ahora la pregunta creo que debería ser otra ¿cómo las máquinas y la humanidad piensan y sienten en paralelo? Tendremos que reflexionar no solo en el origen, en la mano de Borges sobre le ajedrez digital de la inteligencia expandida, sino en las consecuencias de una programación cognitiva que se abre paso en un mundo donde el acceso a las plataformas digitales es aún de un 60% aproximado. Como si entráramos en un Neo-Neolítico marcado por el silicio donde la naturaleza humana se expande dentro de la materia y dominamos no solo su dureza, sino su capacidad de conducción electrónica. Por esto es que las IA cuestionan los modos de ser tradicionales que manifiestan la inteligencia humana como algo tangible en las cosas cotidianas, en los objetos, utensilios y artefactos que nos significan, que dan cuenta de nuestra historia. Nuestro presente técnico contiene la piedra y la electricidad que son el soporte material de eso que pensamos virtual y etéreo, pero que es técnicamente creación humana.

¿Qué es lo que aparece entonces con las IA? Más que un medio digital, cuyo sustento más extendido es el sílice de los microchips y la electricidad corriente de nuestros sistemas modernos, lo nuevo es que aparece un medio que interpela (que aparenta autonomía por la complejidad de su programación). El libro del alquimista y del físico nunca respondió a sus preguntas, del mismo modo que nunca el cuadro o la estatua le hablaron a su creador. Pero las IA por primera vez son una obra humana que puede interpelar al humano. El problema que aparece para nuestro presente es uno que vincula tanto el conocimiento como la alteridad, pues estas IA, por más que se muestran ser otro, están siendo programas con altísima capacidad de cómputo. Cada día se editan por un grupo de personas que toman elecciones desde las problemáticas sociales, políticas, económicas, mercantiles, culturales del momento, restringiendo o habilitando el acceso que estos programas de auto aprendizaje pueden tener. ¿Nos mienten las IA o es la censura previa, el prejuicio sistemático que las configura lo que tenemos que pensar?

Vale también la pena una advertencia, no estamos abriendo las esperanzas como fanáticos del progreso: toda invención tiene la potencia de cambiar el estado de cosas, la sensibilidad y la intelección de una época con el mundo. Las creaciones humanas, los objetos técnicos por más primitivos que sean, resignifican los modos en que producimos y vivenciamos las costumbres y como hacemos conocimiento. Lo que las AI traen es la vieja costumbre prometeica de adaptarse al cambio, de resignificar la relación con el mundo. Con el internet y su boom en los noventa, muchos entusiastas se lanzaron a proclamar la llegada, por fin (como quien espera la utopía de la armonía humana), la época del conocimiento. Como quien tiene que justificar un abolengo, el internet explicaba el Sapiens para nuestro particular Homo. Apresurados, se pensó en el conocimiento como mera comunicabilidad y acceso a la información. ¿Sería esto un exceso de confianza en el progreso tecnológico?

A duras penas se inauguró la era de la comunicación acelerada de información. Tristes nos dimos cuenta que el conocimiento estaba en otra parte, en la capacidad de dilucidar, de interpretar y articular esa información: el conocimiento no puede ser una era, porque depende de alguna tradición, de un modo de relacionarse con la existencia. Con la llegada de las IA, esas mismas voces vuelven a enunciar la era del conocimiento, cuando lo que se inaugura es la época de la curaduría de información, la época de la interpretación. Tendremos que aprender a ser lectores activos de las IA y desconfiar del flujo informacional.

Entonces, el jugador de Borges y las IA refieren al mismo problema ¿qué prejuicios mueven la mano de quien programa y cómo estas mueven el cómo se procesa el modo de responder de la IA? ¿no tenemos en frente un problema que nos obliga a preocupaciones más amplias que las técnicas y que refieren a miradas interdisciplinares? ¿no hay una preocupación, acaso, por el modo en que los datos deben referir a un contenido empático? ¿cuáles son las nuevas experiencias afectivas que nacerán y cómo alterarán a las personas y las costumbres materiales del presente? ¿acaso todo esto no altera los modos en que se producen los códigos de nuestras sensibilidades? ¿podrá cambiar este nuevo dialogante la manera en que nos sentimos solos en el cosmos como especie? ¿Seremos como Pigmalión que se enamora de la estatua que él mismo crea?


Sobre el autor

Santiago Rojas Mesa es licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana (2010) y maestro en Estética de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín (2017) y actualmente es estudiante del último semestre del Doctorado en Estética. En ambas universidades ha ejercido como docente de literatura, filosofía y arte. Su interés son las manifestaciones estéticas tanto culturales como artísticas, así como su relación directa con los distintos modos de vida y la particularidad estética.